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ENTREVISTAS PARA EL RECUERDO


Nobel Clemar Passaglia
Una tarde con Marcos Ciani, gloria del Turismo Carretera 

A casi diez años de la muerte del que fuera uno de los más grandes pilotos del automovilismo deportivo argentino, una entrevista que le hice para La Capital en 1998 y que guardo entrañablemente entre mis recuerdos más queridos como periodista y como aficionado a los fierros
16a. Vuelta de Santa Fe (24 de mayo de 1964) | Marcos Ciani y "El sapito"
Llegué al Hotel El Molino, de Venado Tuerto, un mediodía de noviembre. con la emoción de saber que iba a ser recibido por quien fuera en mi niñez uno de mis más grandes ídolos deportivos. Con el temor de pifiar en las preguntas, habida cuenta de que yo no era periodista deportivo, sino de información general, me adentré en la intimidad de un hombre tan sencillo, tan campechano y amable, que aquella imagen ilusionada que tenía de pibe, cuando lo veía pasar "volando" por las afueras de mi pueblo en las inolvidables "Vueltas de Santa Fe" con su cupecita Chevrolet del '40, se hizo aún más grande al tenerlo frente a frente.


Nobel Clemar Passaglia | La Capital | Nov 1998 (*)

Venado Tuerto - A 41 años de haber ganado su primer Gran Premio de Turismo de Carretera, Marcos Ciani conserva la misma chispa en sus ojos claros que cuando miraba el camino y elegía la mejor trayectoria para sacarle la mayor velocidad al famoso "Sapito", el Chevrolet modelo 1940 con el que ganó y perdió, pero que quedó grabado a fuego en el recuerdo de todos los tuercas del país. En el hotel que compró "con los pesitos que ganó de los premios", el "Flaco" recibió a La Capital con la misma calidez y humildad con las que recibe a sus pasajeros y habló de todo.

Sobre la ruta nacional Nº 8 que tantas veces lo viera pasar a fondo, el hombre que se autodefine como "manyagrasa" por 
su afición a los fierros, regentea el Hotel El Molino, un lugar donde cada viajero que llega a Venado Tuerto puede encontrarse con testimonios de un pasado deportivo que lo tuvo como uno de sus más notables protagonistas. 

Rodeado de fotografías, copas, plaquetas y pergaminos, bromea sobre su edad y dice que "ya han muerto casi todos los 
corredores de aquella época". Desde 1947, año en que comenzó una carrera de éxitos preparando autos y acompañando al recordado Guillermo Marenghini, el automovilismo deportivo le dio al piloto venadense una vida plena de matices y amigos "que tengo en cada lugar del país", afirma.
 

Con una enorme fotografía de José Luis Cabezas como fondo, habló de sus comienzos en el deporte que fue su vida y 
de lo mucho que le dio el Turismo de Carretera: "Después de ser acompañante de Marenghini, tuve la suerte de acompañarlo a Roberto Matazzi en la Buenos Aires-Caracas, pero en La Quiaca  nomás nos quedamos. Fuimos a Lima y desde allá largamos la carrera de retorno", recuerda con una sonrisa, para aclarar que "ninguno de los dos teníamos experiencia", como si hiciera falta alguna disculpa. 

"El sapito" 

Mientras señala una fotografía en la que el "Sapito" viene doblando una curva cerrada y está a centímetros de atropellar a un perro que cruzaba, el Flaco suelta la carcajada y dice "el loco se salvó de milagro". Con la espontaneidad propia de quien está acostumbrado a que lo ametrallen a preguntas, habla de las experiencias con ese auto y otros con los que corrió: "En aquellos tiempos se corría con lo que se podía. La preparación de los autos era a puro ingenio y se hacía casi familiarmente". 

Cuenta, divertido, que el nombre de "Sapito" con el que se bautizó el auto que le dio "muchas alegrías y algunos dolores 
de cabeza, como cuando me la golpeé feo en el accidente en Arrecifes", fue una idea que surgió después de un asado: "Había llovido y el auto estaba en el galpón, en medio del agua. Le habíamos dado impresión color verde y a uno de los muchachos se le ocurrió que verde y metido en el agua parecía un sapito. De ahí le quedó el nombre". El rojo y blanco con que después fue tapa de El Gráfico varias veces, resultó de la pasión futbolera de quien aportó la pintura, un amigo "fana" de River Plate. 

En esas tapas, los abrazos con Juan y Oscar Gálvez, de quien dice "fue el mejor compañero que tuve en las rutas", 
hacen aun más cálidas las paredes de la sala donde, café de por medio, invita a este cronista y a quienes lo acompañaban (el fotógrafo Daniel "Negro" Carrizo y Roberto Paz) a comer "un buen asadito cuando quieran llegarse". 

Los más grandes éxitos 

Sencillo y familiero, el hombre que dice bromeando "mi señora me apoyaba porque no le quedaba otra", habla muy poco 
de las "piñas" que se pegó y mucho de su primer nieto, que "se llama Marcos, como uno de mis hijos". Para equilibrio de nombres heredados, su hija Graciela lleva el de su madre y el Flaco no puede esconder lo que siente por ellas: "Son los éxitos más grandes que tuve". 

La lucha de marcas, las etapas interminables, el fervor de la gente que seguía las carreras por radio día y noche y la 
camaradería entre los corredores de entonces, tienen en Marcos Ciani un reaseguro de recuerdos que permiten a quien lo escucha revivir aquellos tiempos con la misma pasión con la que él los trae a la memoria; así como un inequívoco mojón de referencia para los jóvenes que recién se inician en el automovilismo deportivo. Para ellos, el amigo entrañable de Oscar Alfredo Gálvez vuelve a hablar de "El aguilucho" y desliza con humildad un consejo imperdible: "Trabajen mucho". 

Grande en el automovilismo y en la vida 

Dispuesto a seguir la charla "hasta que las velas no ardan", como él mismo dice con su sonrisa bonachona, el hijo 
dilecto de la ciudad de Rufino y adoptado por su querido Venado Tuerto no puede disimular su alegría cuando habla de su amigo Carlos Reutemann, que "cada vez que anda cerca me viene a visitar", pide disculpas por su mala memoria y no olvida mencionar a sus padres, de quienes habla con una ternura que conmueve. 

Este cronista estaba lejos de la casa del Flaco y no pudo preguntarle a Perla, su mujer, si lo de "no le quedaba otra que 
apoyarme" era por el profundo amor que siente por su esposo; o porque a ella le apasionaban los fierros tanto como a ese hombre de casi dos metros que todavía tiene en sus ojos claros la misma chispa que le hiciera ganar su primer Gran Premio de Turismo de Carretera, en 1957. Pero no va a faltar oportunidad. Seguramente cuando volvamos a encontrarnos en el asado prometido. 

Con la tarde bien entrada, la despedida se hace larga entre anécdotas que no para de contar y con las que nos acompaña hasta 
el auto, donde, apoyado con los dos brazos en la ventanilla, contesta  al "Bueno, don Marcos, nos vamos" con un "Si te arranca este cachivache". Y allá quedó esa gloria del TC, saludando brazo en alto, con la misma sonrisa ancha con la que nos recibió y con sus casi dos metros trazando una larga sombra en medio del patio de estacionamiento de El Molino.

(*) La Capital no cuenta con archivos digitales online anteriores al año 2000, por lo que esta entrevista tuvo que ser reproducida.



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