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Cuando de periodismo hablan los que saben
El corresponsal de guerra Gervasio Sánchez dice del periodismo actual lo que pocos periodistas tienen el coraje de decir 


En una entrevista concedida al diario español EL MUNDO, el prestigiado reportero señala que la información de calidad ha sido sustituida por los opinadores todólogos y que el periodismo tradicional ha derivado hacia el "desastre".

PERIODISMO Cursos de verano de la UIMP El periodista de guerra...
El fotoperiodista Gervasio Sánchez, en Santander. DAVID S. BUSTAMANTE

      "El periodismo puro ha desaparecido de los medios".

El autor de 'Vidas minadas' cree que el interés periodístico y social se ha       sustituido con frecuencia por el interés económico.




El fotoperiodista Gervasio Sánchez, uno de los más reconocidos por su amplia trayectoria profesional, ha reconocido ser "pesimista" ante la deriva del periodismo tradicional hacia el "desastre" actual, llegando a afirmar que "el periodismo puro ha desaparecido de los medios". El periodista, que ha relatado conflictos como el de Bosnia o la Guerra del Golfo, ha achacado esta situación a un problema en la estructura de los medios de comunicación y a que no se apuesta por una profesión de calidad.
Sánchez, que participa en uno de los cursos de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, ha apuntado como una de las razones a la falta de inversión por parte de los gestores de estas empresas de comunicación. "Una buena historia periodística cuesta un porrón de dinero y una investigación puede llevar años", relató, citando a la prensa estadounidense de principios del siglo XX, donde "había medios que tenían a un periodista de investigación que se dedicaba a un tema durante cinco años, y cuando esta historia salía, se quintuplicaban sus ventas".
Este interés empresarial, reflexionó, lleva a que la información de calidad se haya visto sustituida por el género de la opinión. "La opinión es mucho más barata", apuntó, puesto que "la mayor parte de los opinadores todólogos son más baratos". "Ése es el resumen de toda la tragedia".
La sustitución de la función social por los intereses empresariales es responsable de esta situación, según Sánchez: "Los empresarios de la comunicación han olvidado qué es el periodismo. Se dedican al negocio de vender cuberterías o tal para que la gente se enganche a tu diario", observó, aunque quiso matizar en el aspecto económico y defendió que crisis periodística no es causa de crisis económica del país, pues, a su juicio, "el periodismo empezó a caer cuando más se ganaba en los medios de comunicación".
El problema actual, mantuvo, "es un problema de estructuras" de los medios, puesto que "en la mayoría" se habría establecido "un funcionariado" al que, dijo, tenía ciertos intereses políticos según con quién en cada momento. Un escenario en el que reivindicó a los comités de redacción que fueran "más autónomos de las empresas y que exigieran las líneas claras" entre economía y profesión, aunque se mostró consciente de que "en muchas ocasiones" estos comités "están solos". 

Frente a esa situación, el fotógrafo y autor de Salvar a los niños soldados y Vidas minadas destacó la impotencia de los propios profesionales y destacó "a cuánta gente le gustaría hacer periodismo de verdad". "La inmensa mayoría de los periodistas -mantuvo- son gente decente y personas muy preparadas que harían cosas muy buenas si se lo permitieran".



Todo sea por quedar bien
Políticamente correcto


Por Juan Remington
El papanatismo postmodernista, una corriente de pensamiento que me acabo de inventar en este preciso momento, propone que el hombre vaya incorporando al lenguaje nuevas formas de expresión que le permitan quedar bien con todo el mundo, sin importar si lo que se está diciendo no es lo que se está pensando; lo que lingüísticamente se define como "paraquedarbienismo" y se enmarca en la expresión de moda "políticamente correcto", un adjetivo con sidecar que justifica cuanto eufemismo e hipocresía se le quiera meter al discurso.

La internalización de ese concepto a la hora de hablar de cualquier tema, evita quedar mal, por ejemplo, con los colectivos feministas (siempre me pregunté por qué no hay colectivos machistas) o de LGTB, entre otros no menos quisquillosos, como el de los animalistas, con los que hay que tener mucho cuidado en la elección de las palabras para no lesionar ninguno de sus derechos o de los que reclaman para sus mascotas, a cuyas vidas les asignan el mismo valor que a la de los seres humanos y por lo que no es nada fácil acertarle a las frases paraquedarbienistas.

Si por desconocimiento del políticocorrectismo o por un simple descuido, el orador cometiera el imperdonable error de usar el machista "Buenas tardes a todos" en lugar del igualitario "todas y todos" (y guay con no decirlo en ese orden), es casi seguro que quedará muy mal ante cualquier público "progresista" que se precie. Hasta se arriesga en algunos casos a que lo denuncien ante los organismos de Derechos Humanos por vaya a saber qué cosa en contra de vaya a saber qué derechos. Todo por no echar mano de un simple y accesible recurso paraquedarbienista.

Hasta la RAE (que no es precisamente sospechosa de no aceptar cuanta palabreja pirincha ande dando vueltas por ahí) tuvo que salir a un quite para parar la embestida de los fanáticos papanatistas que quieren imponer sus propias ocurrencias idiomáticas a la lengua de Cervantes porque así como está no satisface sus caprichitos. Para la Academia, el "Todas y todos" es de una soberana inutilidad. Y no hace falta ser muy despierto para darse cuenta de que la insistencia en tratar de imponer esas inutilidades tiene un solo propósito: llevar agua cada uno para su lobbie.

Pero lo que diga la Real Academia de la Lengua Española al papanatismo postmodernista le importa poco. Lo importante para los paraquedarbienistas es ser políticamente correcto en todo momento y lugar y decir siempre lo que el otro quiere escuchar, aunque no sea verdad o haya que disfrazarla para quedar bien y para conseguirlo haya que convertir un verbo en adjetivo o un pronombre en gerundio. Siempre, según su retorcida doctrina, es preferible decir lo contrario de lo que se piensa, mentir a lo novio que llegó tarde o endulzar los oídos de quien escucha con eufemismos titulares y suplentes a llamar a las cosas por su nombre.

Para los paraquedarbienistas, los eufemismos son sagrados. El ciego no es ciego ni el negro africano es negro. El ciego es un "individuo con capacidades visuales diferentes" y el negro africano (perdón por la incorrección política y machista de dejar afuera a la negra) es un hombre "de color" (como si el japonés, el sueco o el mexicano fueran incoloros).

Y así podríamos seguir hasta el cansancio con la lista de paraquedarbienismos, pero no sería políticamente correcto. No vaya a ser cosa que a algún fanático del papanatismo postmodernista se le ocurra decir que esta nota es discriminatoria, fascista o vaya a saber qué otra barbaridad por el estilo.




Pokémon Go viene a confirmar la teoría de Einstein
El universo está lleno de una infinidad de estúpidos 


Por Juan Remington
Cuando Albert Einstein dijo que la estupidez y el universo son dos cosas infinitas y que del universo no estaba seguro, no tenía ni idea de Pókemon Go. De haberlo sabido, habría confirmado que el universo, además de ser infinito, está lleno de infinitos estúpidos. 

La invasión de bichos digitales que ponen a caminar a la gente para que los busque con el celular en cualquier lugar donde se encuentren (arriba de un caballo de estatua en una plaza, en una sala de partos o en una comisaría, todo vale) ya ha causado centenares de accidentes en el mundo. 

Desde provocar choques en cadena por manejar con los ojos pegados a la pantalla del celular hasta estrellarse contra puertas giratorias, árboles y columnas de alumbrado por andar buscando monstruitos, sin mirar por dónde caminan, los millones de "cazadores" de pokemones que se lanzan a la calle desde la aparición de la aplicación de realidad aumentada se han convertido en una verdadera amenaza para la seguridad pública.

Uno de esos "infinitos" a los que se refería Einstein y que demuestran cuán acertado estaba el genio alemán es el joven estadounidense de 26 años, Lamar Hickson, quien no tuvo mejor ocurrencia para cazar a un "Pikachu" que frenar de golpe en una autopista de Massachusetts, causando un choque en cadena que involucró a decenas de vehículos. "Si quieres atraparlos a todos, tienes que arriesgarlo todo", le dijo el "infinito" a la policía cuando lo interrogaba. 

Otro caso que reafirma la teoría de Einstein es el de Jonathan Theriot. Mientras su esposa, a punto de dar a luz, esperaba gritando de dolor que los médicos la ingresaran al quirófano para practicarle una cesárea, el audaz cazapokemones tiró un pantallazo para mostrarle a la sufriente parturienta que había un "Pidgey" sobre la cama.  

En Australia, la policía y los bomberos de Darwin tuvieron que pedirles a los "infinitos" locales que no entren a sus  estaciones, que aparecen en el juego como una "Pokestop". "No tienes que entrar para ganar las pokebolas", advierten en sus páginas de Facebook. 

Lindsay Plunkett, una  camarera de 23 años de Asheville, Carolina del Norte, estacionó el auto a seis cuadras del restaurante donde trabaja, en lugar de las tres donde lo estaciona siempre, "para tener más Pokestops en el camino", dijo. 

Piernas fracturadas, narices rotas, chichones, moretones, autos destrozados (hasta que haya una muerte), son la resultante del juego que debutó hace apenas un mes en el mundo y ya tiene a millones de "infinitos" poniendo en riesgo su seguridad y la de todos los que se crucen en sus rutas de safari digital.

Sobre que ya había que soportar a los que caminan por la calle sin sacar los ojos de sus celulares y llevándose por delante a todo el mundo, ahora va a haber que cuidarse también de no pisarles las pokebolas. No sea cosa que, encima, se enojen por hacerles perder una ficha de entrenador de monstruitos y algo de su bien ganada reputación de infinitos.


En primera persona.

Una inexplicable pasión por los diarios


Por Nobel Clemar Passaglia
Desde que era un chico que no pasaba del metro y medio de estatura me apasionaron los diarios. Aun cuando todavía no había alcanzado siquiera la categoría de lector de corrido de la composición “La vaca” en la escuela, ya me apasionaban los diarios. Tanto, que casi todos los días, a la salida de la escuela y a riesgo de ligar un buen repaso de la vieja por haberme quedado “por ahí”, me desviaba del camino de vuelta a casa para llegarme hasta el único puesto de diarios y revistas que había en mi pueblo y ver, como quien ve por primera vez y en persona las pirámides de Egipto, las tapas de los pocos diarios que llegaban al pueblo y que el puestero prendía con broches para la ropa en un destartalado armazón de madera.

Y ahí me quedaba, como estatua, mirando embobado las enormes fotos en blanco y negro en la tapa de esos diarios tamaño sábana de dos plazas y leyendo casi en voz alta cada uno de los titulares, lo poco que mostraban debajo y hasta las publicidades, que a esa edad me parecían la cosa más maravillosa del mundo. Hasta que el dueño del puesto ya ponía cara de “o comprás o te vas”. Y ahí pegaba la vuelta a casa, con el mundo dándome vueltas en la cabeza e imaginando que un día sería un gran periodista.

Después vendrían mis años adolescentes y mi debut como escriba en el recién fundado diario del pueblo con una notita de cinco centímetros en la penúltima página; que ya ni me acuerdo de qué trataba y que unos años más tarde, superada definitivamente, creo, la edad del pavo, me di cuenta de que me la habían publicado porque mi papá era uno de los fundadores, cosa que no me dejaba muy bien perfilado para el Pulitzer.

El asunto es que, para hacerla corta, como manda el buen periodismo escrito, aquella pasión infantil por los diarios hizo que un día, ya adulto, me encontrara sentado frente a la máquina de escribir en la redacción de uno de los diarios más importantes del país con el obligado y angustioso apuro de redactar una nota en menos de diez minutos porque se venía el cierre de la edición. 

Hoy, a casi cincuenta años de aquellas intimidatorias miradas de “o comprás o te vas” y después de incontables notas escritas de apuro al cierre de la edición, cierro los ojos y alcanzo a ver entre la neblina de los recuerdos a ese pibe de guardapolvo blanco que se demoraba en volver a casa a la salida de la escuela por quedarse leyendo los titulares de los diarios que colgaban de un destartalado armazón de madera en el único puesto de diarios que había en el pueblo. Y, por muchas razones y a pesar de que mi pasión por los diarios sigue intacta, no quisiera volver a abrirlos.   





Por los caminos de la música.

La guitarra, un pozo con viento en vez de agua

Paco de Lucía: "No tengo otra forma de expresión que no sea la guitarra".
Por Nobel Clemar Passaglia
Hablar de la guitarra es hablar de un milagro. Un milagro que se revela nuevo en cada nota, en cada acorde, al tiempo de esa unión sensual, absoluta con el guitarrista, en una suerte de ritual sagrado en el que la madera y el hombre se funden en una sola materia, un solo espíritu, para concebir una y otra vez acaso los más bellos y misteriosos sonidos que la humanidad haya oído.

El poeta español Gerardo Diego dijo de ella: "La guitarra es un pozo de viento en vez de agua". Y si hay modo mejor de definirla, que venga Dios y lo vea. Si con sólo mirar la boca de una guitarra basta para sentir lo mismo que sintió el poeta cuando escribió esos versos.

No ha de haber guitarrista que no haya imaginado alguna vez que esa roseta que rodea la boca de la guitarra es el brocal adornado de un pozo inagotable de maravillas. Maravillas que se montan en ese viento del que habla el poeta para echarse a volar fuera en cuanto se den a vibrar las seis cuerdas que las cubren a modo de reja... Leer nota completa




A 15 años del "¡Que se vayan todos!".
De la crisis de 2001 y lo que guardan las hemerotecas

Por Juan Remington

Julio de 2001. Uno de los inviernos más crudos de los últimos veinte años, pero que no alcanzaba a enfriar la cada vez más alta temperatura política y social que estaba levantando la gravísima crisis económica por la que atravesaba el país y que acabaría estallando en diciembre de ese año con  la caída del gobierno del presidente Fernando De la Rúa, en medio de violentas revueltas y saqueos en los que perdieron la vida 36 personas. 

El diario El Nacional, que había salido a la calle meses antes de aquellos trágicos sucesos y se vería obligado a dejar de editarse en los primeros días de diciembre como consecuencia de las insalvables dificultades financieras a las que venía enfrentándose por la crisis -la peor de las muchas que sacudieron al país desde la vuelta de la democracia-, publicaba a diario extensas notas de información y editoriales acerca de la gravedad de la situación política y social que se vivía en todo el país y la probabilidad cada día más alta de que ocurriera lo que finalmente sucedió.

De la furia a la confianza 

Con el título "El jefe está al frente", tomado de la desafortunada frase del presidente De la Rúa ante los operadores de Bolsa, la portada de la edición que se muestra en pantalla fue decidida casi como un chiste en la reunión editorial de esa noche, cuando el director del diario, Nobel Passaglia, mientras repasaba las declaraciones que acababa de hacer el Presidente, dijo: "¿El jefe está al frente? Me parece que el jefe no va a estar al frente ni seis meses más". Y no se equivocó. 

Una década después de aquellos aciagos días de diciembre de 2001 en los que la gente se lanzó a las calles para manifestar su rechazo por toda la dirigencia política al grito de ¡Que se vayan todos! el país mostraba una realidad muy diferente: un gobierno con amplio apoyo popular, la economía en orden, la sociedad en paz y la mayoría de los argentinos volviendo a depositar su confianza en las instituciones del Estado y en las entidades bancarias, aun cuando todavía no habían terminado de cicatrizar las heridas del corralito que a muchos les había llevado los ahorros de toda su vida.

Las hemerotecas no se fueron

En tanto, aquellos mismos periodistas que diez años atrás habían tenido que clausurar con dolor su sueño de editar su propio diario por causa del descalabro en el que había caído la economía del país, informaban entonces desde otros medios gráficos (en su caso BAE y otros diarios del interior) acerca de los significativos avances en los sectores productivos, la posibilidad aumentada de que la gente pudiera acceder con mayor facilidad a bienes de consumo y todo lo que parecía ser el definitivo despegue hacia un país decididamente apuntado al crecimiento y al estado de bienestar. Leer nota completa




Sin ley y sin freno
Redes sociales, un basurero donde el odio y la imbecilidad campean a sus anchas


Por Nobel Clemar Passaglia
Con la muerte del torero segoviano Víctor Barrio en la arena de la plaza de toros de Teruel, España, a causa de la cornada que le asestó el toro que lidiaba, se vieron, una vez más, las expresiones cargadas de odio con las que algunos "animalistas" se despachan a diario en las redes sociales, ese agujero negro donde todo parece valer (hasta el delito).  

El caso más repudiable y difundido de los muchos que aparecieron en las redes... Leer nota completa



Memorias periodísticas
Cuando hacer periodismo gráfico es tener un privilegiado palco a la historia

Por Nobel Clemar Passaglia

La orden venía directamente de Julio Ramos, el dueño y director de Ámbito Financiero: cubrir sobre el terreno, en Cayastá, la expedición científica que acababa de hacer el mayor hallazgo arqueológico en Argentina hasta el momento: las ruinas sumergidas de Santa Fe La Vieja, el primer a-sentamiento humano fundado como ciudad en América latina por los conquistadores españoles.

Y esa orden venía con doble carga: cumplirla sin andar remoloneando y sin errar un tranco de pulga en el encargo; porque daba la casualidad de que al todopoderoso director no sólo lo apasionaba la arqueología, sino que los científicos que comandaban la expedición eran amigos suyos. Así que la opción de ligarse un repaso de quien Leer nota completa




Oriana Fallaci, un buen rumbo a seguir.
Periodismo escrito de alto vuelo o de rastrón


Por Nobel Clemar Passaglia
Oriana Fallaci, la célebre corresponsal de guerra y escritora italiana, escribió en "La rabia y el orgullo", un extraordinario relato del ataque terrorista a las Torres Gemelas, acerca de la capacidad de unirse que caracteriza a los estadounidenses. Y es allí donde muestra, una vez más, su extraordinario talento para dar la mayor cantidad y calidad de información con la menor cantidad de palabras. 

"La capacidad de unirse que caracteriza a los estadounidenses -dice- nace de su patriotismo. No sé si en Italia habéis visto y entendido qué pasó en Nueva York cuando Bush fue a dar las gracias a los operarios (y operarias) que excavan entre los escombros de las dos Torres, intentando encontrar algún superviviente y sólo extraen narices y dedos. Y sin embargo, no ceden. Sin resignarse. Y si les preguntas cómo lo hacen... Leer nota completa





De periodistas por la identidad cultural

Estanislao López y federalismo

Dos puntales de la identidad cultural de Santa Fe que muy pocos jóvenes santafesinos conocen
(Primera parte)

 Por Nobel  Clemar Passaglia (*)

Que la provincia de Santa Fe es tierra tan fecunda en federalismo como en trigos no admite cuestionamiento alguno. Pero aun cuando ésta es la fragua en la que se forjó la mayor parte de la estructura institucional de la Patria, la mayoría de los jóvenes santafesinos de entre 17 y 35 años no sólo desconoce su decisiva participación en el proceso de construcción del país y el espíritu federal y el patriotismo y compromiso de los hombres que la formaron, sostuvieron y proyectaron hacia el presente, sino que ignoran absolutamente los basamentos elementales que cimentaron esa construcción, así como la de su propia identidad provinciana, hoy sometida deliberada y sistemáticamente a una desculturización extranjerizante que debe poner en alerta a educadores y familia. Leer artículo completo


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