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La columna de Don Nicola
Cómo ser un intelectual en la Argentina


Ser un intelectual en la Argentina no es difícil, pero sí hay que cumplir con algunos requisitos básicos. Así como es exigible en cualquier profesión (plomero, ginecólogo, manicura, ingeniero nuclear o payador), el aspirante a intelectual debe reunir ciertas condiciones que no sólo le permitan acceder al muy reducido y selecto círculo de los brillantes pensadores, sino también estar debidamente preparado para agarrar cuanta changa aparezca en la televisión, en los diarios o en el Gobierno, que son los únicos que pagan fortunas por hablar retorcido y no decir nada.  

Lo primero que se le exige al aspirante es ser o hacerse el de izquierdas (marxismo, leninismo, trotskismo o cualquier otro ismo perteneciente a ese macaneo genérico llamado comunismo, da lo mismo); porque es casi imposible entrar a trabajar en el sector intelectual si se es de derechas, esa corriente de pensamiento que, según el sindicato de intelectuales, le roba a los pobres, cuando todos sabemos que los únicos que tienen derecho a robarle a los pobres son los políticos de izquierdas, que son los que saben cómo robarle hasta las ganas de comer a los que menos tienen y mantenerlos engañados de que es por su bienestar y el de sus hijos y nietos, con el sólido argumento de que el hambre que pasan es por culpa de los ricos y que hay que combatir a los ricos hasta que todos sean pobres por igual; un curioso concepto de justicia social muy afiatado entre los intelectuales vernáculos.

La segunda condición, no menos importante, es pertenecer a grupos de intelectuales como -por citar uno- "Correspondencia Violada", esa famosa organización con fines de lucro en la que uno de sus miembros más conspicuos llegó a alcanzar el altísimo honor de ser nombrado Secretario del Pensamiento Nacional, un cargo gubernamental creado especialmente para coordinar el pensamiento de los ciudadanos que no saben pensar y que necesitan sí o sí de ese organismo porque, si no, se mueren.

Otro de los requisitos básicos es usar lentes de grueso armazón color negro, camisa sin planchar, saco del siglo pasado y pelo largo y peinado como con un cuete, como se puede observar en cualquier intelectual que anda dando vueltas todos los días por los canales de televisión. Características que, además de darle al intelectual ese aire de gran pensador, despreocupado de cuestiones banales y dedicado enteramente a la reflexión medulosa acerca del hombre y sus circunstancias, revelan mucho de su personalidad, algo que le da más confiabilidad al oficio y crea un hilo conector entre el intelectual y el pobre ignorante que tiene la santa paciencia de escucharlo (ésto me pidió que lo diga un psicólogo amigo mío que está estudiando las reacciones de los lectores cuando leen cosas como ésta)

Los anteojos, por caso, muestran que el de la óptica, haciéndose el que admiraba al intelectual que había honrado con su ilustre visita el modesto local, aprovechó para sacarse de encima unos lentes que le habían quedado de clavo. La camisa arrugada es un claro indicador de que la mujer ya ni le plancha porque la tiene repodrida con los discursos filosóficos en vez de atenderla como es debido. El saco pasado de moda es muestra inequívoca de que el de la sastrería hizo lo mismo con el saco que el de la óptica con los lentes. Así como es evidente que el pelo largo y despeinado es consecuencia de que el peluquero ya ni quiere que le pise porque le aburre a los clientes, que quieren hablar de fútbol o señoritas y no de qué pensaba Kant acerca de la relación entre la bicisenda y el Quini 6.

Otra de la condiciones básicas para ser un intelectual hecho y derecho es vivir en Recoleta o Puerto Madero. Porque si el intelectual vive, por un suponer, en Pozo Borrado, ya no es lo mismo. La gente asocia rápidamente el lugar donde vive el intelectual con su calidad como tal.  Recoleta da una imagen de ambiente recoleto, sereno, silencioso, en el que el intelectual puede pensar con mayor concentración en qué macanas va a decir en la televisión para ver si le puede ganar al fútbol en el rating. Pozo Borrado no. Pozo Borrado ya da una imagen algo asi como de la nada, la negación; y eso no es muy conveniente para un negocio que ofrece todas las soluciones para todo.

Como se ha visto en este breve acercamiento a una de las profesiones más lucrativas de los últimos tiempos, los requisitos para ser un intelectual no son muy exigentes. Basta con macanear un poco, alquilarse un altillo en Recoleta, ponerse un saco pasado de moda, conseguirse un amigo en el Gobierno para tener un programa en la Televisión Pública y formar parte de una organización de intelectuales con fines de lucro y nombre de servicio postal para ganar fama y dinero rápidamente.

Y si no me creen, prendan el televisor. Seguro que ahora mismo, en cualquier canal, hay alguno de esos grandes intelectuales, explicando filosóficamente por qué a los huevos fritos no se los puede guardar en la heladera.




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Comentarios:



Sergio Cipollone

Tal cual jajajaja!  Con qué humor tratan este tema bastante irritante sobre los muchos                                   intelectuales de pacotilla que tenemos en la Argentina. Me hizo reír mucho. Gracias!!  




Mario Alberto Kowalewsky

 jajajajajaja   Muy bueno!!!   La gorda Feinman es la del pelo peinado con cuetes y el saco                              del siglo pasado 


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